Distintas formas de mirar el agua
Distintas formas de mirar el agua, Julio Llamazares (Editorial Alfaguara, 2.015)
“…Pero como mi padre ahora, el paisaje está mudo por completo. Sólo el murmullo del agua, ese murmullo infinito, como de manantial sin fondo, que suena día y noche, sin cesar desde que se cerró la presa y que recuerda lejanamente al del mar, bien que sin su energía profunda, se escucha en este lugar al que nadie acude ya salvo a contemplarlo desde los miradores. La gente que lo hace ni siquiera sabe muchas veces lo que debajo del agua se oculta ni la historia que se borró para siempre con la demolición del último de los pueblos que aquí existieron. De ahí que algunos exclamen mientras lo contemplan: “¡Qué bonito!”.
Y qué triste, añado yo.”
La última novela de Julio Llamazares (Vegamián, 1955), relata desde varios puntos de vista una escena que yo veo y siento perfectamente: una familia reunida ante un precioso valle ahora inundado; un pantano, el de Vegamián, y la visión de la viuda, hijos, nietos, y demás familia, sobre el último viaje de Domingo, ahora convertido en cenizas, a su pueblo, al lugar que le vio nacer y que tuvo que abandonar a la fuerza por la construcción del pantano.
La familia de Domingo analiza mientras se dirige en silencio a cumplir la última voluntad del abuelo, las sensaciones que les produce ese lugar, el motivo que les ha reunido allí y como influyó en cada uno de ellos ese destierro. Algunos no comprenden muy bien que hacen allí, otros tratan de ponerse en la piel del padre, del abuelo, otros recuerdan su propia experiencia cuando tuvieron que salir del pueblo y cerrar su casa para siempre.
Es un libro sencillo que habla de sentimientos, es el reflejo de la historia de otras muchas familias, de otros muchos pantanos. Es la tragedia silenciada y casi escondida de aquellos que tuvieron que irse de sus casas, de sus pueblos, y asistir, sin posibilidad de intervención, a la inundación de una vida entera, al paso del agua arrasando sus recuerdos. Empezar de nuevo, en otro lugar, unas veces asignado, otras veces elegido, pero empezar de nuevo; al fin y al cabo construir un hogar sin dejar de añorar el que fue tuyo, el que te arrebataron.
Puede que este libro no provoque en otros lo que me ha hecho sentir a mí, y es que yo también fui muchas veces con mi padre a observar desde el puente de Caldas el valle donde estuvo su querido pueblo, Oblanca de Luna, sumergido desde hace más de 60 años bajo las aguas del Pantano de Barrios de Luna. Él, siempre con emoción recordaba su hogar, su infancia, su casa – que sabía ubicar perfectamente – ; yo, veía un paisaje precioso rodeado de montañas al que, contagiada por su nostalgia, me sentía unida sin haber tenido la oportunidad de conocerlo.
Al igual que Domingo, volvió a su tierra, a sus raíces, y ahora, cuando me asomo a ese mismo puente sé que yo también pertenezco a ese valle, que ahora también está ahí gran parte de mi vida.
Los sentimientos de muchas de esas personas quedaron silenciados, enterrados al igual que sus casas… Distintas formas de mirar el agua brinda un pequeño un homenaje a todas ellas, ofrece una forma de no olvidar que ese éxodo tuvo lugar y que, gracias a la renuncia impuesta que aceptaron, a la rabia y la impotencia que apartaron de sus vidas para seguir peleando por construir un futuro para los suyos, otras generaciones estamos hoy aquí y tuvimos oportunidades de elegir que a ellos se les negaron.